por Juan Carlos Quiñones
Lugar común (porque es una verdad, valga decirse) es aquél postulado de que una obra de arte siempre tiene algo nuevo que regalarle al ojo que la mira con cada nuevo gesto de la mirada. Posiblemente, este postulado implícito es lo que sostiene principalmente la idea prevalente en nuestra cultura de que vale la pena que el arte exista para ser “vuelto a ver”, y es esta idea la que en el fondo le da razón de ser a la existencia de museos, galerías, y todo el entramado cultural del mundo del arte contemporáneo. El supuesto que organiza esta posibilidad es el de la memoria. “Recordamos” las obras que contemplamos, pero esas obras se enriquecen en el el tiempo histórico y el tiempo personal del expectador. El contexto y la psicología hacen de la obra una obra “nueva”, cada vez que la contemplamos, precisamente porque nosotros somos gente distinta. Esto hace que “valga la pena” vislumbrar una obra más de una vez. Regresar a ella. Esta “dialéctica de la mirada” deviene proceso colectivo, consesual, dinámico y a veces polémico cuando consideramos los movimientos artísticos y la multiplicidad de miradas que generan las obras en el despliegue de la historia del arte.
Vista de la exposición
En estas piezas se problematiza el concepto de “originalidad”. Redivivas, las piezas que componen esta muestra “retrospectiva” regresan al presente modificadas. Dialécticamente, recuperan su “originalidad” gracias a las intervenciones que realiza la artista, que dejan una marca indeleble y única. Las imágenes pasan por un proceso dialéctico y recuperan el “aura” benjaminiana que habían presumiblemente perdido durante el proceso de reproducción mecánica. Este proyecto dramatiza la tensión conceptual entre la multiciplicidad de la reproducción y la singularidad de la obra irrepetible. Cada pieza participa de ambas modalidades simultaneamente, borrando la frontera cronológica entre el pasado y el presente y haciendo de cada obra “histórica” una obra “nueva”. Por lo pronto, queda como tarea jubilosa para el ojo crítico analizar las implicaciones conceptuales que tienen estas intervenciones y trasiegos con el tiempo de la creación y el espacio de la tela ya tatuada. Mucho podría escribirse sobre los procesos por los cuales estas piezas han pasado a través del tiempo y de la mente siempre cambiante de la artista. Yo vislumbro que las propuestas estéticas, conceptuales y sobre la historia y la política del arte que Elvira ejecuta y despliega en este trabajo retrospectivo y a la vez abierto a la intervención futura marcan un hito novedoso en las tendencias del arte puertorriqueño contemporáneo.
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