Mis reflexiones “[a]cerca de dos lugares y ninguno”



Por Luis Cotto Román 

La introspección es una avasalladora y retadora visitante que muchas veces nos detiene en el camino sin previo aviso y exige nuestra atención, quizás sin que hubiéramos madurado intención alguna de entablar un diálogo con ella. Cuando se presenta y capta la atención de nuestros sentidos, su presencia se impone aún en situaciones y escenarios en que no se esperaba departir con ella y aceptar los términos de la disciplina que nos demanda. Fue tan gallarda dama la que me acompañó la noche de apertura de la muestra “Acerca de dos lugares y ninguno”, del joven artista Jun Martínez, en Walter Otero Contemporary Art.

Por alguna razón, entendí y sentí que debía presenciar dicha muestra en su noche de apertura, ello aunque nunca mis pasos habían atravesado el recinto de arte de Walter Otero. Sin embargo, allí me presenté y, aunque no faltaba gente ni conversación animada, mi celosa compañera se las agenció para que yo no conociera prácticamente a nadie la noche de apertura. Aparentemente, ella quería que mi atención se la dedicara sólo a ella,  y a la exquisita conversación que me tenía reservada a través de las obras de Martínez. Excepto por un fugaz saludo al artista para expresarle mis sinceras felicitaciones por su propuesta, y un breve intercambio de palabras con  la estimada Norma Vilá, talentosísima artista a quien veo con frecuencia cuando doy una vuelta por los centros de arte, mi atención se volcó hacia los impactantes y llamativos lienzos que adornaban las paredes de la galería.

Las condiciones eran propicias para zambullirme en el mundo de colores, formas, líneas, curvas y olores de las piezas de Martínez. El anonimato casi absoluto que disfruté en medio de una hermosa concurrencia en la que había obvias alianzas, a ninguna de las cuales yo pertenecía, me permitió disfrutar de una velada hermosa con mi invisible compañera, quien al oído me susurraba, en complicidad,  secretos sobre las obras que apreciaba.

Contemplé a mi antojo, de cerca y de lejos, lienzos de diversos tamaños que ejercían un efecto hipnótico en mí y me adentraban a densos follajes caribeños; encendidos; agresivos; ataviados con hojas danzantes; y que prometían la revelación de secretos tras la aparente inescrutabilidad y velo de misterio que su madeja de formas y sensaciones olfativas, cuasi táctiles, visuales y anímicas, presentaban al espectador.

Lo matérico de los lienzos de Martínez y su manera de captar y transmitir la naturaleza como una extensión del ser humano diseñada por el Gran Arquitecto que pretendió viviéramos en armonía con ella pese a las amenazas que muchas veces sentimos que nos lanza, subyuga al amante del arte que les dispensa su tiempo y respetuosa atención. La intimidad del artista con una naturaleza que capta con gran sensibilidad, permite que la sintamos y que, en las representaciones que el artista hace de ella, transmita con igual convicción el paisaje caribeño y el norteamericano. Martínez expresa en sus paisajes caribeños la furia, energía, sentimiento febril y ribetes encandilados de un panorama natural que se adentra en los sentidos y la siquis de los hijos de esta tierra. En dichos paisajes, llega a las entrañas de lo representado y lo transmite de manera inmediata; con contundencia; en un golpe al corazón y a la conciencia. Lo transmite como lo que es: naturaleza palpitante de energía viva que manifiesta sus amores y sus quejas, y que nos invita a penetrar su tupido follaje para explorar lo insondable. Nos recuerda la invitación que, hace años, nos extendiera don Abelardo Díaz Alfaro en su ensayo “Pórtico”, cuando expresara: “Penetra con nosotros por esta vereda interior, orillada de pomarrosales y de guayabos en flor, con la devoción del peregrino. Y quítate las sandalias, porque tierra que pisas, tierra santa es”.

Sin embargo, la estancia de Martínez en el Norte lo ha llevado a efectuar, como él mismo expresa, “exploraciones en las veredas de los bosques de Vermont”, y comunicar con honestidad y autenticidad un ambiente gélido que, por lo inusual y foráneo a su experiencia habitual, ha llegado a exacerbar otros aspectos de su sustancia humana. Al reaccionar de manera sensible a tales estímulos distintos y extremos, Martínez no puede más que sentirlos y hacerlos suyos. El artista logra la consustanciación de su ser con los paisajes representados, y, en el despliegue de dicha gesta, nos impide permanecer indiferentes.


Si algo destacable detectó en los paisajes de Martínez es la conjugación de tantos lenguajes diversos pertenecientes a la tradición modernista, que logra que todo espectador se sienta bien servido, independientemente de las inclinaciones y afinidades particulares que cada cual pudiera tener respecto a los movimientos de la modernidad. La pintura del artista es, en dosis apropiadas,  a la vez lo suficientemente realista, expresionista, abstracta y simbólica. Ello permite que recorra el espectro casi completo de los lenguajes que forman el acervo de tan memorable época de las artes plásticas. Se trata de pinturas en que representa a la naturaleza con suficiente fidelidad como para complacer a quien ama el realismo, mas no es mimética en grado extremo. Antes bien, el artista le insufla a su obra la distorsión y el carácter de la pintura expresionista que persigue transmitir sobre todo emociones y sensaciones más que asombrar con la capacidad de reproducir fielmente el objeto representado. Es, además, marcadamente gestual, abstracta, agresiva y sensorial. El trazo y el gesto es firme, seguro y, hasta cierto punto, insolente. Se trata de pintura de confrontación, que “te da en la cara” y, como me comentó una amiga del artista al día siguiente de la apertura, te desafía con su violencia. Es una obra que sobrecoge y estimula los sentidos. Es pintura que no se oculta; que se hace evidente; que se representa a ella misma como lo que es: pintura y nada más que eso. En la mejor tradición Expresionista Abstracta, el artista hace claro que la pintura no es un mero medio para representar una escena o una ilustración, sino para representarse a ella misma en la plenitud de sus propiedades, esto es, en su embriagante olor, su pastosidad, su brillo, sus gradaciones y las fluctuaciones volumétricas que es capaz de exhibir. Martínez presenta el pigmento en toda su densidad y caos, sin dejar de mostrar la capacidad camaleónica de la pintura y sugerir la realidad de naturaleza y vida. Para el artista, sin embargo, pintura y naturaleza guardan una relación más simbiótica que la que resalto, pues según expresa en sus reflexiones acerca de la muestra, “[m]i práctica creativa consiste en tratar la pintura como un medio para estar presente aquí y ahora, junto al prójimo y la tierra, para ser sensible a la vida latente en toda la materia. Es un proceso de educar mis sentidos hacia una atención cada vez más concentrada y profunda. Esta exhibición es un testimonio de ese desafío, que a la vez me confronta con los límites de la pintura y crea las condiciones para la búsqueda de nuevos caminos”.

Siendo un artista joven, Martínez está en plena exploración y hace evidente que se encuentra inmerso en un proceso serio y comprometido de manejar sus influencias. Quizás, si fuera confrontado con mi apreciación personal, no coincidiría conmigo en que, en su obra, detectó su admiración por la pastosidad de Roche; el paisaje pensante, profundo y sufrido de Kiefer, y, principalmente en sus versiones del paisaje de Vermont, la huella atmosférica de Doig. Sin embargo, aunque se identifiquen atisbos de todos ellos, sentimos y percibimos cómo se van amalgamando en un producto bello, individual y auténtico. Sus paisajes matéricos, vivos y exquisitos, difícilmente puedan dejar igual al espectador que antes de la experiencia estética que supone el contemplarlos con detenimiento.

En otros lienzos de la muestra, Martínez aborda el cuerpo humano como paisaje natural. El tratamiento anatómico que logra en la representación de los desnudos, nos hace evocar las propuestas de Lucian Freud y Jenny Saville. Describe estas obras como “… una serie de pinturas de cuerpos desplazados, es decir, ‘sin lugar’, o que el único lugar que ocupan y poseen está contenido en ellos mismos”.

Me siento afortunado de haber podido deleitarme tanto con una muestra que, puedo admitir con la mayor honestidad, entendía no resonaría tanto en las honduras de mi ser sensible como sí lo hizo. Pensé erróneamente que no hay muchas maneras frescas de abordar un tema- el paisaje- que se viene trabajando desde las primeras expresiones artísticas registradas de la historia humana. ¡Felicidades a Jun y a Walter por presentar una muestra de calidad! Igualmente, gracias a la admirable dama introspección que le permitió a Martínez forjar esas obras que son extensión de su alma, y que luego me regalara su compañía en una velada que probó ser memorable.



“Acerca de dos lugares y ninguno”, estará en exhibición hasta el día 26 de abril de 2018 en Walter Otero Contemporary Art, ubicada en la Ave. Constitución #402 en Puerta de Tierra, San Juan. Para mayor información, puede comunicarse al (787) 627-5797, o al (787) 998-9622. También puede visitar la página www.walterotero.com.

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