La
introspección es una avasalladora y retadora visitante que muchas veces nos
detiene en el camino sin previo aviso y exige nuestra atención, quizás sin que
hubiéramos madurado intención alguna de entablar un diálogo con ella. Cuando se
presenta y capta la atención de nuestros sentidos, su presencia se impone aún
en situaciones y escenarios en que no se esperaba departir con ella y aceptar
los términos de la disciplina que nos demanda. Fue tan gallarda dama la que me
acompañó la noche de apertura de la muestra “Acerca de dos lugares y ninguno”, del
joven artista Jun Martínez, en Walter Otero Contemporary Art.
Por alguna razón, entendí y
sentí que debía presenciar dicha muestra en su noche de apertura, ello aunque
nunca mis pasos habían atravesado el recinto de arte de Walter Otero. Sin
embargo, allí me presenté y, aunque no faltaba gente ni conversación animada,
mi celosa compañera se las agenció para que yo no conociera prácticamente a
nadie la noche de apertura. Aparentemente, ella quería que mi atención se la
dedicara sólo a ella, y a la exquisita
conversación que me tenía reservada a través de las obras de Martínez. Excepto
por un fugaz saludo al artista para expresarle mis sinceras felicitaciones por
su propuesta, y un breve intercambio de palabras con la estimada Norma Vilá, talentosísima artista
a quien veo con frecuencia cuando doy una vuelta por los centros de arte, mi
atención se volcó hacia los impactantes y llamativos lienzos que adornaban las
paredes de la galería.
Las condiciones eran propicias
para zambullirme en el mundo de colores, formas, líneas, curvas y olores de las
piezas de Martínez. El anonimato casi absoluto que disfruté en medio de una
hermosa concurrencia en la que había obvias alianzas, a ninguna de las cuales
yo pertenecía, me permitió disfrutar de una velada hermosa con mi invisible
compañera, quien al oído me susurraba, en complicidad, secretos sobre las obras que apreciaba.
Contemplé a mi antojo, de cerca y de lejos, lienzos de diversos tamaños que ejercían un efecto hipnótico en mí y me adentraban a densos follajes caribeños; encendidos; agresivos; ataviados con hojas danzantes; y que prometían la revelación de secretos tras la aparente inescrutabilidad y velo de misterio que su madeja de formas y sensaciones olfativas, cuasi táctiles, visuales y anímicas, presentaban al espectador.
Lo matérico de los lienzos de
Martínez y su manera de captar y transmitir la naturaleza como una extensión
del ser humano diseñada por el Gran Arquitecto que pretendió viviéramos en
armonía con ella pese a las amenazas que muchas veces sentimos que nos lanza,
subyuga al amante del arte que les dispensa su tiempo y respetuosa atención. La
intimidad del artista con una naturaleza que capta con gran sensibilidad,
permite que la sintamos y que, en las representaciones que el artista hace de
ella, transmita con igual convicción el paisaje caribeño y el norteamericano.
Martínez expresa en sus paisajes caribeños la furia, energía, sentimiento
febril y ribetes encandilados de un panorama natural que se adentra en los
sentidos y la siquis de los hijos de esta tierra. En dichos paisajes, llega a
las entrañas de lo representado y lo transmite de manera inmediata; con
contundencia; en un golpe al corazón y a la conciencia. Lo transmite como lo
que es: naturaleza palpitante de energía viva que manifiesta sus amores y sus quejas,
y que nos invita a penetrar su tupido follaje para explorar lo insondable. Nos
recuerda la invitación que, hace años, nos extendiera don Abelardo Díaz Alfaro en
su ensayo “Pórtico”, cuando expresara: “Penetra con nosotros por esta vereda
interior, orillada de pomarrosales y de guayabos en flor, con la devoción del
peregrino. Y quítate las sandalias, porque tierra que pisas, tierra santa es”.
Sin embargo, la estancia de
Martínez en el Norte lo ha llevado a efectuar, como él mismo expresa,
“exploraciones en las veredas de los bosques de Vermont”, y comunicar con
honestidad y autenticidad un ambiente gélido que, por lo inusual y foráneo a su
experiencia habitual, ha llegado a exacerbar otros aspectos de su sustancia
humana. Al reaccionar de manera sensible a tales estímulos distintos y
extremos, Martínez no puede más que sentirlos y hacerlos suyos. El artista
logra la consustanciación de su ser con los paisajes representados, y, en el
despliegue de dicha gesta, nos impide permanecer indiferentes.
Si algo destacable detectó en
los paisajes de Martínez es la conjugación de tantos lenguajes diversos
pertenecientes a la tradición modernista, que logra que todo espectador se
sienta bien servido, independientemente de las inclinaciones y afinidades particulares
que cada cual pudiera tener respecto a los movimientos de la modernidad. La
pintura del artista es, en dosis apropiadas, a la vez lo suficientemente realista,
expresionista, abstracta y simbólica. Ello permite que recorra el espectro casi
completo de los lenguajes que forman el acervo de tan memorable época de las
artes plásticas. Se trata de pinturas en que representa a la naturaleza con
suficiente fidelidad como para complacer a quien ama el realismo, mas no es
mimética en grado extremo. Antes bien, el artista le insufla a su obra la
distorsión y el carácter de la pintura expresionista que persigue transmitir
sobre todo emociones y sensaciones más que asombrar con la capacidad de
reproducir fielmente el objeto representado. Es, además, marcadamente gestual,
abstracta, agresiva y sensorial. El trazo y el gesto es firme, seguro y, hasta
cierto punto, insolente. Se trata de pintura de confrontación, que “te da en la
cara” y, como me comentó una amiga del artista al día siguiente de la apertura,
te desafía con su violencia. Es una obra que sobrecoge y estimula los sentidos.
Es pintura que no se oculta; que se hace evidente; que se representa a ella
misma como lo que es: pintura y nada más que eso. En la mejor tradición
Expresionista Abstracta, el artista hace claro que la pintura no es un mero
medio para representar una escena o una ilustración, sino para representarse a ella
misma en la plenitud de sus propiedades, esto es, en su embriagante olor, su
pastosidad, su brillo, sus gradaciones y las fluctuaciones volumétricas que es
capaz de exhibir. Martínez presenta el pigmento en toda su densidad y caos, sin
dejar de mostrar la capacidad camaleónica de la pintura y sugerir la realidad
de naturaleza y vida. Para el artista, sin embargo, pintura y naturaleza
guardan una relación más simbiótica que la que resalto, pues según expresa en
sus reflexiones acerca de la muestra, “[m]i práctica creativa consiste en
tratar la pintura como un medio para estar presente aquí y ahora, junto al prójimo
y la tierra, para ser sensible a la vida latente en toda la materia. Es un
proceso de educar mis sentidos hacia una atención cada vez más concentrada y
profunda. Esta exhibición es un testimonio de ese desafío, que a la vez me
confronta con los límites de la pintura y crea las condiciones para la búsqueda
de nuevos caminos”.
Siendo un artista joven, Martínez está en plena exploración y hace evidente que se encuentra inmerso en un proceso serio y comprometido de manejar sus influencias. Quizás, si fuera confrontado con mi apreciación personal, no coincidiría conmigo en que, en su obra, detectó su admiración por la pastosidad de Roche; el paisaje pensante, profundo y sufrido de Kiefer, y, principalmente en sus versiones del paisaje de Vermont, la huella atmosférica de Doig. Sin embargo, aunque se identifiquen atisbos de todos ellos, sentimos y percibimos cómo se van amalgamando en un producto bello, individual y auténtico. Sus paisajes matéricos, vivos y exquisitos, difícilmente puedan dejar igual al espectador que antes de la experiencia estética que supone el contemplarlos con detenimiento.
En otros lienzos de la muestra,
Martínez aborda el cuerpo humano como paisaje natural. El tratamiento anatómico
que logra en la representación de los desnudos, nos hace evocar las propuestas
de Lucian Freud y Jenny Saville. Describe estas obras como “… una serie de
pinturas de cuerpos desplazados, es decir, ‘sin lugar’, o que el único lugar
que ocupan y poseen está contenido en ellos mismos”.
Me siento afortunado de haber
podido deleitarme tanto con una muestra que, puedo admitir con la mayor
honestidad, entendía no resonaría tanto en las honduras de mi ser sensible como
sí lo hizo. Pensé erróneamente que no hay muchas maneras frescas de abordar un
tema- el paisaje- que se viene trabajando desde las primeras expresiones
artísticas registradas de la historia humana. ¡Felicidades a Jun y a Walter por
presentar una muestra de calidad! Igualmente, gracias a la admirable dama introspección
que le permitió a Martínez forjar esas obras que son extensión de su alma, y
que luego me regalara su compañía en una velada que probó ser memorable.
“Acerca de dos lugares y ninguno”,
estará en exhibición hasta el día 26 de abril de 2018 en Walter Otero
Contemporary Art, ubicada en la Ave. Constitución #402 en Puerta de Tierra, San
Juan. Para mayor información, puede comunicarse al (787) 627-5797, o al (787)
998-9622. También puede visitar la página www.walterotero.com.
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