“Tu vida es ante tu propia conciencia la revelación continua, en el tiempo,
de tu eternidad, el desarrollo de tu símbolo; vas descubriéndote conforme
obras…Cuando la vida es honda, es poema de ritmo continuo y ondulante. No encadenes tu fondo eterno, que en el
tiempo se desenvuelve, a fugitivos reflejos de él. Vive al día, en las olas del
tiempo, pero asentado sobre tu roca viva, dentro del mar de la eternidad; al
día en la eternidad, es como debes vivir”.
Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno
Conocí a Claudia Senior Rogés una
noche del mes de julio en el exquisito y acogedor espacio de REM Project, del
estimable amigo Roberto Escobar. Había reclutado a mi amiga y cómplice Arleen
para lo que prometía ser el feliz encuentro con una prometedora exponente de la
plástica. Una vez llegamos a REM Project, Claudia comenzó a revelar la magia de
su proceso de creación ante nuestros propios ojos.
Haciendo honor a sus apellidos, esta
magistral artista se enseñoreó de la tela y, de manera arrolladora, convirtió
el lienzo en su campo de acción, cual digna heredera de los postulados del
Expresionismo Abstracto que tan bien articularan formalmente los críticos
Clement Greenberg y Harold Rosenberg, y ejecutaran con incomparable maestría Jackson
Pollock, Willem De Kooning, Clyford Still y demás portaestandartes de este
impactante e influyente movimiento.
Afortunadamente, partiendo de su plena conciencia de la herencia
acumulada a través de la historia de la plástica, Claudia acometió su intervención
con el lienzo de una manera distinta a la de cualquier otro exponente sobre
cuyas obras mis ojos se hubieran posado.
Los colores y texturas, logrados de manera algo deliberada al principio,
fueron cubiertos con cinta adhesiva, sobre la cual la artista aplicó más
colores, cubriéndolos nuevamente con cinta adhesiva, procediendo a plasmar más
pigmento sobre las cintas colocadas.
Su proceso, si bien técnicamente
admirable y pletórico de destreza, no se hizo siervo de su propia trayectoria,
pues la artista logró hechizar nuestros sentidos al verter a raudales su alma
sobre la tela y, en un ansia febril de revelar la energía contenida y
aprisionada por la cinta adhesiva, comenzó el proceso de retirar los pedazos de
ésta, revelando de a poco los trazos lumínicos que se ocultaban bajo su
superficie. Siendo afortunado testigo del proceso paciente, hábil y creativo
seguido por Claudia, degusté las en extremo delectables composiciones que
quedaban plasmadas en el lienzo con el retiro gradual de las cintas. Cada estadio
composicional era una obra en sí misma, con su singular belleza y poder
expresivo. Pensé en algún momento que el
continuo retiro de cintas arruinaría la pieza final, mas no pude disimular el
arrobamiento de mis sentidos ante el resultante avasallador estallido de
colores formando un sublime retrato cromático y de formas. Tal estallido, sin
embargo, dejaba sin revelar adicionales composiciones en potencia, pues la
artista había elegido deliberadamente dejar cintas en su lugar y, bajo ellas,
trazos lumínicos no revelados.
Imagino que mi fascinación con el
proceso de creación de Claudia no podía estar muy distante en intensidad a la
que exhibiera el documentalista Hans Namuth cuando presenció y grabó la
ejecución danzante de Pollock sobre el lienzo colocado horizontalmente sobre el
suelo. En el caso del pintor estadounidense, su acción liberadora y ejecución
composicional la lograba a través de su técnica de “dripping” con eco en las
danzas rituales de los indios Navajo, creando mundos pictóricos inimaginables
originados en su siquis, con una mezcla del automatismo proveniente del
inconciente jungiano y el sentido
composicional y cromático del artista consagrado. Por su parte, la ejecución
liberadora de Claudia se lograba a través de la revelación de universos nuevos de
color y forma. La artista actuó
igualmente impelida por alusiones y resonancias inscritas en su mente; materializadas
en una ejecución animada por el fino balance entre el automatismo inconciente y
la deliberación de la artista que conoce su oficio. Agregó a dicho conjunto de estímulos, voces
diversas que resonaban en su mente,
abarcando desde la tradición plástica universal e insular, hasta las ricas
vivencias aglutinadas en su recuerdo que reclamaban ser expresadas, elementos
que utilizara como materia prima para, al igual que Pollock, crear un producto muy suyo y original.
Aún
antes de que finalizara el cuadro cuya ejecución presencié, el proceso creativo
y la maestría técnica de Claudia, unidos a la autenticidad de su persona y su
propuesta, me llevaron a expresarle a Roberto que la obra que ella revelaba
gradualmente ante mis ojos, sería mía.
La adquirí esa misma noche y comenzó mi feliz convivencia con ese trozo
del finísimo genio creativo seniorogesco.
Pronto advertí, sin embargo, que aún
en los momentos del día en que no me encontraba contemplando físicamente la
obra adquirida, no podía borrar de mi mente su imagen. Su explosión cromática y de formas subyugaba
mis sentidos; palpitaba en los confines de mi mente; y resonaba en las honduras
de mi alma toda. Visualizaba y sentía que sus colores, textura y composición
golpeaban mi retina con la misma fuerza y energía que sentí la primera vez,
penetrando de algún modo extraño los intersticios de mi siquis y aferrándose a mi
memoria como una presencia constante. La
pintura se recreaba sin cesar en lo más íntimo de mi ser, y no podía, ni
quería, hacer nada para evitarlo.
Fue
entonces que me resultó obvio que estaba ante un talento monumental que había
logrado distanciarme del rutinario y mecanizado acto contemplativo en que muchas
veces incursionamos cuando nos hemos expuesto a demasiado arte de distintos
niveles de calidad, y parecería que hemos perdido la capacidad de asombrarnos
ante algo verdaderamente especial. La
obra de Claudia provocó mi reacción más visceral y se ocupó de implantar su
huella en mi mente como tinta indeleble.
Cuando se recrea mentalmente durante el día una obra que no acompaña
físicamente al que la evoca, se sabe que el artista le insufló toda la extensión
de su alma. Indudablemente, el empeño en
lo que se hace desde esa esfera del ser no puede pasar desapercibido para almas
afines a la del artista.
La obra de Claudia pulsó una sensible cuerda en las profundidades de mi ser y, habiendo alcanzado mis emociones su desbordamiento ante la experiencia estética, identifiqué que se había gestado en mí la imperiosa necesidad de expresar esos sentimientos de algún modo tangible. Necesitaba rebasar la complacencia que produce el sumergirse en la belleza y regodearse plácidamente en ella. Alcancé la convicción de que el buen arte producido con destreza, alma, corazón y vida, requiere nuestra respuesta, y que el ser coleccionista y no crítico no nos incapacita para reciprocarle al artista y su obra con la articulación formal de nuestro agradecimiento, ello aunque nuestro papel en el panorama artístico sea concebido por muchos estrictamente como uno de poner nuestros pocos o muchos recursos materiales al servicio de la adquisición de alguna pieza de arte.
Reconociendo
que no podía obsequiarle una crítica artística, terreno éste diestramente
trabajado por probados artífices de la palabra y la historia y crítica del
Arte, ofrecí brindar lo que nadie me puede negar ni juzgar de incorrecto o
desatinado: la articulación de las razones íntimas y personales que me
dirigieron a querer convivir con el arte
de Claudia Senior Rogés,
Para
lograr mi cometido en toda su extensión, necesitaba dialogar nuevamente con la
artista y hurgar en el recuento de su vida el punto de origen de su fuerza
expresiva, cromática y matérica. Quería lograr un atisbo de las fuerzas que pueden elevar el alma humana a tal
grado en que le es dado entrar en contacto con unos estadios de creación plástica
que para la mayoría de nosotros resultan impensables.
Para
mi fortuna, pude compartir un sábado hermoso y memorable con la artista. Sin remilgos ni temor a desnudar su alma, Claudia
se presentó tal cual es, en toda su fortaleza y vulnerabilidad, exhibiendo una
madurez más allá de sus años al abordar y recrear procesos de su vida, y concatenar
los mismos con lo que es el contenido y esencia de su arte. Pude comprender que su serie sobre hojas es
una propuesta auténtica y original porque, más allá de buscar asirse de un proceso
lógico, intelectual y racional en pos de una propuesta artística que anime su
quehacer profesional, devela y revela matices y pigmentos escondidos que
reclaman ser expuestos a la luz y, una vez liberados, quizás la ayuden a
revelar una mejor idea de sí misma. Este
proceso de revelado es la consecuencia natural de la manera directa, honesta y
sin artificios con que Claudia aborda y lidia con sus emociones, y empeña su
alma y su ser en encontrar sus verdades.
Claudia
me presentó vívidamente a la pequeña niña, hija de padre colombiano y madre
cubana que, aún sabiéndose puertorriqueña, quedó inmersa en un entretejido
cultural multiforme en el cual varias cosmovisiones y sentidos identitarios
luchaban por reclamar su lugar dentro de ella, compeliéndola a revelar
gradualmente los trazos lumínicos de su identidad bajo los diversos ropajes que
la ataviaban, dándole una mejor comprensión de su persona como ser único e
insustituible con una visión de vida muy madura, sensible e integral. Claudia acomete valientemente ese proceso sin
saber cuál será la composición final, pero entendiendo que su proceso de
búsqueda la coloca por fuerza frente a un hermoso cuadro caleidoscópico de
herencias culturales y enfoques intelectuales y emocionales con los que cuenta para
entender este fascinante viaje que llamamos vida.
Quizás
la riqueza de esta artista y su bello plumaje artístico multicolor reside en
gran medida en esa fascinante heterogeneidad que, desde el inicio de sus días,
se ha ido asentando hasta lograr una síntesis armoniosa, lógica y coherente,
presentando a una exquisita mujer de grandes quilates humanos que deja su
huella por donde camina con paso fuerte y seguro, superando los avatares que se
le presentan, y dotando con sus ricas vivencias un arte hermoso, depurado y que
exige la más cuidadosa y respetuosa contemplación.
Claudia evoca con nostalgia las
conversaciones en el seno de su hogar, en el que sus padres, médicos de
profesión, le hicieron conocer las profundidades y misterios del cuerpo humano
como naturaleza viva y palpitante, de un modo distinto en su forma, pero esencialmente
igual, a la manera en que los esposos Candelas, ambos biólogos de profesión, le
regalaron a nuestro Julio Rosado Del Valle una vision íntima de la naturaleza a
través del microscopio, permitiéndole descubrir realidades naturales que de
otro modo hubieran escapado a sus ojos o lo hubieran privado del estímulo
visual de un microcosmos muy singular que fue parte medular de su producción
plástica y de su merecido lugar como pionero de la abstracción puertorriqueña.
Con particular orgullo, Claudia
evocó a su abuelo materno que, no pudiendo ejercer en Puerto Rico la profesión
de arquitecto que ejercía en su natal Cuba, tuvo que reinventar su propuesta
profesional y volcar su creatividad en el diseño de majestuosos espacios
interiores en que no claudicó nunca su compromiso y visión de conjugar arquitectura
y Naturaleza. Derivado de ese genio y
sensibilidad, su abuelo diseñó la residencia en que Claudia gozó de la plenitud
de un entorno doméstico en que la vegetación era una presencia constante. Desde cualquier punto de la residencia, tanto
en su interior como exterior, Claudia tenía al alcance de sus curiosos ojos exuberante
vegetación que marcó y definió su modo de ver, quedando inscrito irremediablemente
en su alma el amor por la Naturaleza y su compromiso de recrearla y encontrar
en ella retazos de su verdad existencial.
Ese compromiso con la vida natural, consustancial a la obra de Claudia,
y parte inmanente de su verdad, fue legado de un abuelo visionario que, indoblegable
en su compromiso, respetó la integridad de palmeras en el terreno sobre el que
se construiría la vivienda familiar, diseñando el espacio de modo que
permanecieran incólumes y se convirtieran en huéspedes perennes de la
residencia misma.
La artista describe su proceso como
una revelación gradual de los colores y formas que, si bien planifica en alguna
medida al inicio del proceso, guardan un aire de misterio e incertidumbre respecto
a la composición final. Su propuesta es auténtica e irresistible, no solamente
por su evidente destreza técnica, sino por estar anclada en un proceso de introspección
y revelación de a poco de los diferentes matices y formas que se cobijan en su
mundo interno y que la artista va exponiendo ante el espectador.
Resulta hermoso y sublime ver cómo
una artista expone su alma en la tela con verdadera autenticidad y sentido de
propósito. En los momentos más álgidos
de su vida, en que la adversidad la ha visitado con más cercanía, Claudia ha
desarrollado con mayor frenesí su propuesta, pues ha encontrado la necesidad de
extraer capas para revelar verdades más profundas con las que ha tenido que
encontrarse y reconciliarse, hasta toparse con rayos de luz y color que le
permiten conocer el cuadro de su persona.
En ocasiones desiste de continuar extrayendo cintas, pues el cuadro ya
develado ante sus ojos revela la plenitud que le es inherente, y aplaca por el
momento su nerviosa búsqueda. Permancen
en el lienzo, sin embargo, más cintas no reveladas cuyos misterios quizás nunca
serán revelados por la artista, pero el proceso de develación siempre la lleva
al puerto seguro de esos años felices y dulces en que su abuelo la enseñó a
amar la Naturaleza. Esas lecciones le
servirían de clave y fundamento para conjugar su presente con lo mejor de la
historia de su vida.
Exposición "Revelaciones" de
Claudia Senior Rogés en la Casa Ashford de Condado
Foto suministrada
Claudia Senior Rogés
presenta una muestra de sus obras en la Casa Ashford, en Condado, como parte de su primera exposición
individual auspiciada por el Museo de San Juan y REM Project, dando inicio al
ciclo de Contemporary Art Nights. Para más información, puede visitor el portal de remproject.gallery@gmail.com o llamar al Sr. Roberto Escobar al (787) 547-5757.
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