Ángel Guzmán, “La Suerte de la Cuerda” / Foto suministrada
Por Lic. Luis Cotto Román / Abogado de una firma legal en Puerto Rico, coleccionista y amante del arte.
Recuerdo el inicio de 2004 como una
etapa memorable en que mis sentidos despertaron de manera decisiva al deleite
que produce la apreciación de las artes plásticas. Una sucesión de eventos no imaginados, y
demasiado coherentes y concatenados para ser despachados como mero producto del
azar, desembocaron indefectiblemente en una relación de amor con las artes
plásticas que, mirando con ojo retrospectivo, puedo concluir que seguramente no
se hubiera gestado si tres eventos de fundamental importancia no hubieran
concurrido en ese momento. Primero, paseaba por los pasillos de un importante
centro comercial de la Isla cuando me topé con la pintura de un paisaje que,
por razones misteriosas e inexplicables, acaparó toda mi atención y generó en
mi interior la imperiosa necesidad de adquirirla. Luego de pagar por dicha obra lo que para mí
era la inimaginable cantidad de $800, por primera vez había puesto mi dinero en
una obra de arte. El magnetismo que
ejerció sobre mí dicha pintura fue tal que me hizo romper esquemas sin previo
aviso, pues era yo de esas personas que no podía concebir que se pagaran
cantidades significativas de dinero (y para mí $800 ciertamente lo era) por una
obra de arte. La apreciación de las
artes plásticas había sido hasta ese momento para mí un escenario que nunca me
había planteado, lo cual me confrontó entonces con una sensación foránea de querer
convivir con una obra que sentía no podía dejar escapar.
Como suele suceder cuando se asienta
en nuestro ser el germen de una pasión, tal adquisición desató un ansia por descubrir
un mundo hasta entonces desconocido, y con el cual quería ponerme al día para
recuperar los años perdidos en los cuales ignoré por completo los deleites que
podía producir. Dos eventos adicionales
coincidieron temporalmente en nuestro ámbito artístico en el preciso momento en
que experimenté ese encuentro inicial con las artes plásticas. Presencié dos exposiciones que dejaron una
profunda huella en mi sensibilidad y sellaron lo que se convertiría en una
afición rayana en la obsesión. La
primera, la exposición retrospectiva “Las Formas de la Existencia”, en el Museo
de Arte de Puerto Rico, de la figura señera en el arte patrio de Augusto
Marín. La segunda, la elegante y
subyugadora exposición “El Parto de las
Musas”, de Ángel Guzmán, en la hoy desaparecida La Casa del Arte, del respetado
y querido galerista/amigo Guillermo Rodríguez.
Ángel Guzmán, “Rembrandtza”,
/ Foto
suministrada
Quizás fue la accesibilidad que me
representaba dicho recinto, y la calidez con que me tratara Guillermo, quien
con paciencia contestara mis preguntas más rudimentarias y entablara conmigo largos
diálogos sobre arte antes de que me atreviera a efectuar una próxima
adquisición, lo que provocó que visitara varias veces su galería para repetidamente
degustar la exquisita congregación de magistrales y poderosos lienzos de este
artista desconocido para mí. Mi visita
inicial a La Casa del Arte, puedo recordar, fue un sábado en la tarde cuando atravesé
sus puertas para encontrarme de frente con
la obra de Ángel Guzmán, quedando irremediablemente embelesado y absorto
en los hechizantes y seductores lienzos que conformaban “El Parto de las
Musas”.
Es tarea en extremo difícil recoger
en códigos linguísticos una descripción medianamente acertada del estado de
alucinamiento visual y sensorial que me produjeron sus portentosas telas
cargadas de esos distintivos trazos guzmanezcos, a veces indómitos, a veces
sutiles, pero consistentemente cargados de una gestualidad y una expresividad
muy propias que lograban el efecto de apoderarse del lugar y capturar los
sentidos del espectador. No podía
identificar la razón por la que su obra ejercía un poder visual tan avasallador
y por qué apeló de un modo tan directo a mis emociones, pero lo cierto es que
esos trazos quedaron impregnados en mi memoria e hicieron inevitable que
alimentara mi gusto por las artes plásticas. Sin lugar a dudas, puedo afirmar
que la combinación de las exposiciones de Marín y Guzmán, vistas en sucesión,
abrieron mis ojos y mis percepciones a una dimensión que no imaginaba, mas fue
particularmente el arraigo de la obra de Guzmán en mi siquis, salpicado por las
largas conversaciones con Guillermo y el siempre recordado amigo ya fenecido,
Andrés Marrero, de la vecina Galerías Prinardi, lo que me aferró desde entonces
al maravilloso universo de las artes plásticas.
“El Parto de las Musas” fue un
referente impactante y representativo de lo mejor que me podía ofrecer este
mundo recién descubierto. Puedo evocar vívidamente la hermosa luminosidad de
“La Suerte de la Cuerda”, reinterpretación que Guzmán hiciera de la legendaria
obra de igual nombre de Osiris Delgado.
Sus blancos, verdes, amarillos y ocres inundan la tela y embriagan los
sentidos, pues una figura blanca geométrica central, revestida de misteriosas e
intrigantes veladuras, queda inmersa en un mar de resonantes y agresivos
verdes, y unos rectángulos en rojo terracota diestramente trabajados hasta
alcanzar un convincente efecto de rusticidad con efectivas alusiones prehispánicas
en la tela. La sutil figura geométrica central se ve rodeada por una pincelada
fuerte, libre y expresiva.
Ángel Guzmán, “Midas”, / Foto suministrada
No menos memorable fue mi encuentro
con “Rembrandtza”, la cual recuerdo fue colocada a la entrada de la galería y podía
ser avistada desde la calle, a través del cristal, en todo el esplendor de sus
dorados, marrones, y la estilizada figura central que dominaba el lienzo,
ejerciendo su magia aún dentro de la más insondable oscuridad, con cierto aire
tenebrista, pero matizada por unos destellos de luz que místicamente la
iluminaban desde adentro. Sencillamente,
¡sublime! La majestuosidad de “Midas” no
tenía parangón. “Midas” es una pieza de una
hermosa paleta, composición compleja y múltiples elementos que brillan con
seductora luz, evocando la mítica figura del Rey Midas, quien, según la
leyenda, convertía en oro todo lo que tocaba.
Fue precisamente esta ultima pieza la que inspiró el título “El Nuevo
Midas del Caribe”, con que Nadia R. Chaviano Rodríguez, escribiendo para El
Nuevo Día, se refirió a Guzmán al reseñar esta memorable exhibición. Chaviano Rodríguez expresó en la referida
reseña que Guzmán “…se alza con una fuerte voz dentro del concierto del
abstraccionismo en su tierra y en la región caribeña”.
Las frecuentes visitas a La Casa del
Arte permitieron que coincidiera con el artista y forjara una amistad con éste
que perdura al día de hoy, y la cual me enorgullece. He visto a través de los años la sucesión de
obras maestras salidas de su caballete, oriundas de las profundidades de un
espíritu imbuido de amores, desamores, preocupaciones, nostalgias, indignación,
rebeldía, pasión, y todo un cúmulo de emociones humanas que se agolpan en su
pecho, pero que emergen hermosa y tangiblemente ataviadas del expresionismo más
poderoso, elegante, sobrecogedor y palpitante que artista alguno haya sido
capaz de producir. No importa el tema
seleccionado, Guzmán lo materializa plásticamente con absoluta convicción y
exquisita capacidad expresiva, derramando su alma en la tela y desplegando toda
la extensión de su talento, como sólo puede hacerlo un virtuoso de la plástica.
Ángel Guzmán, “Ciclistas”/ Foto suministrada
La afición de Guzmán por el ciclismo
se ve elegantemente exaltada en pinturas como “Ciclistas” y “La Caída del
Ciclista”. La heroicidad con que trabaja
el tema transmite con completa credibilidad la naturaleza de las luchas y las
pasiones que estos hombres y mujeres exhiben en las carreteras de nuestra Isla.
Ángel
Guzmán, “La Caída del Ciclista”/ Foto suministrada
La belleza y sutileza con que Guzmán trabaja el referente en estas telas invita la más respetuosa contemplación incluso de quienes pudieran no sentir una particular afinidad con el tema. La energía y el movimiento que emanan de estas telas se ven, sin embargo, suspendidas poética y líricamente en el manto cromático que utiliza para circundar las figuras de los ciclistas en ambos cuadros.
Alguien dijo en alguna ocasión que
el secreto del buen arte estriba, no en representar un objeto bello, sino en
representar bellamente un objeto. Guzmán
hace suya esta máxima como ideario e impone la singular estética de su quehacer
sobre cualquier sentimiento de apego o desapego al tema escogido.
Ángel
Guzmán, “El Ministro” / Foto suministrada
El Ministro” es una pieza de poder avasallador en que se destaca la sobriedad del trazo en una confluencia de colores negros y amarillos, con los cuales comparte su protagonismo un llamativo círculo rojo que le sirve de balance y contrapeso, logrando una impresionante síntesis armoniosa en que formas y colores se conjugan para apoderarse de manera dramática y decisiva del espacio en que sea colocada. Más adelante, en el 2010, año de particular fecundidad creativa en que Guzmán convirtió el papel en su principal aliado, el artista efectuó lo que él mismo denomina “pintura de desquite”. Situaciones particularmente difíciles y dolorosas se encontraban en ebullición en su alma, lo que redundó en la más profunda introspección, dejando como saldo obras como “Las Ánimas de los que Vivieron”.
Ángel Guzmán, “Las Ánimas de los que
Vivieron” / Foto suministrada
Esta obra, si bien
luminosa y lejos de ostentar una aparencia lúgubre, tal cual refleja el
dinamismo de sus formas orgánicas en movimiento y el balance producido por la
combinación de marrones, verdes, azules, negros y pinceladas de rojo, es un intento
de materializar lo que llama esa “comunidad necrófila” que ha sido olvidada y
ha perdido su voz, pero la cual plasma de manera sugerida con atisbos de ojos, bocas,
y extremidades, envueltas en un paisaje al que se integran como elemento
consustancial del mismo y no pueden ser avistadas por nadie. Hay gritos, alaridos de dolor, inconformidad
y desesperación en medio de esa comunidad que ha perdido su corporeidad pero
que, no por eso ha cesado de sentir y sufrir.
Le comento al artista al escuchar una explicación tan intensa y densa
que veo las ánimas entremezcladas con la tierra marrón, la vegetación verde, y
el azul marino. Me riposta que muchas
veces el artista escoge los colores por consideraciones primordialmente
plásticas y no necesariamente animado por un pensamiento simbolista, pero
reconoce el despliegue del inconciente del artista en la labor creadora y la
pérdida del control sobre su obra una vez terminada, lo que parece legitimar mi
interpretación y la de cualquiera que desee someterla a un escrutinio
evaluador.
En su disertación sobre el tema de
las ánimas, comenta Guzmán que lo mejor que puede hacer el artista es caminar a
pie, pues sólo así se puede tener contacto real con las personas, pudiendo
incluso advertir a seres humanos con sentimientos y emociones anestesiados cual
si fueran zombies, lo que los
convierte en ánimas corporeizadas que puede incluso identificar antes de la
desmaterialización que eventualmente producirá la muerte.
Resulta revelador y en extremo
interesante advertir cómo en años más recientes, la obra de Guzmán, si bien ha
mantenido su elegancia y presencia, ha experimentado a la vez una curiosa
metamorfosis hacia una expresión más orgánica, libre, de trazos más cortos y
fluidos, tendiendo hacia una paleta más brillante que la utilizada en antaño, y
con un cada vez mayor aire de espontaneidad en la pincelada.
La autenticidad de Guzmán en una
obra que suele considerarse “abstracta”, pero que él califica de
“neo-figurativa”, radica en gran medida en la manera progresiva y no deliberada
en que fue llegando a esa nueva figuración (o abstracción), logrando en el proceso
obras de innegable impacto, acentuado el mismo precisamente por la ambigüedad
del referente que discurre entre el lenguaje realista y el abstracto. Ejemplo
de ello es la pintura “El Jefe”, de un exquisito y poderoso expresionismo, en
la cual aparece delineado un rostro ominoso sumido en la más profunda
oscuridad, a través de la cual se puede detectar una profunda y escrutadora
mirada. Libres trazos rojos y blancos son utilizados hábilmente por Guzmán para
perfilar los contornos de un rostro cargado de misterio y profundos matices
sicológicos, perpetuando en la tela el peso de la mirada de dicha figura. El
camino hacia el lenguaje plástico que caracteriza a “El Jefe”, y hacia
expresiones más abstractas de su obra, sin embargo, amerita un breve recuento.
Ángel Guzmán, “El Jefe”
/ Foto suministrada
Siendo niño, Guzmán pintaba en
Cataño con uno de sus seis hermanos, desarrollando un orgullo particular por
representar de manera mimética los objetos sobre los cuales posaba sus
ojos. Recuerda con emoción su primer
dibujo: una reinita. Continuó dibujando
para deleite de sus maestros de escuela, quienes le obsequiaban grandes cantidades
de papel para que desbordara su creatividad en tan digno soporte. Fue en quinto
grado que entró en contacto con la primera figura de impacto que canalizaría
sus urgencias creativas. “Mr. López”,
como lo recuerda, era un maestro de matemáticas que también le impartía clases
de arte y le elogiaba su creatividad. Éste
lo instaba a experimentar con materiales, efectuando Guzmán incluso obras en
pintura y arena que recuerda con satisfacción.
Este maestro lo llevaba a competencias fuera de la escuela y, puede decirse,
fue medular para instaurar en su mente un concepto de sí mismo como artista de
sobrados quilates. Si bien Mr. López
falleció antes de que Guzmán ingresara a la Escuela de Artes Plásticas, la
huella que dejó en el joven Ángel probaría ser imborrable, tal cual lo
demuestra el espontáneo tributo póstumo que Guzmán le rindiera a su maestro. Hace
aproximadamente cinco años, Guzmán entró a un negocio en el cual divisó la
pintura de un paisaje que le evocó profundos recuerdos. Luego de un breve momento en que su mente
hurgó dentro de sus confines, emergió la figura del querido Mr. López. Guzmán le indicó al dueño del local que restauraría
la obra libre de costo. Así lo hizo y la
devolvió a su dueño, con la honda satisfacción de haber honrado la memoria de una
persona que supo cuidar el alma y la estima propia de aquel niño de
extraordinario talento.
El acercamiento de Guzmán al estilo
realista y costumbrista que caracterizaría la obra de sus años iniciales como
pintor profesional, lo alcanzó como resultado de sus frecuentes visitas a una
tienda de venta de materiales de arte en el Viejo San Juan. Allí Guzmán quedó cautivado por pinturas de
los hermanos Julio y Félix Medina, mayagüezanos que representaron
magistralmente los temas del bodegón y el paisaje, proponiéndose Guzmán
desarrollar un lenguaje plástico costumbrista similar al de los hermanos Medina. Impactantes obras comenzaron a brotar de su
alma y su pincel, captando con gran sensibilidad gestos, actitudes, y ademanes
de seres humildes con que cohabitaba y compartía su cotidianidad, y a los
cuales representaba con respeto y deferencia a su dignidad y bondad. Basta una ojeada a unas pocas de sus obras de
dicha etapa para advertir el amor y la consideración con que representaba a los
sujetos de sus cuadros, capturando hermosamente su esencia y su alma, mucho más
allá que los aspectos externos de sus figuras y del paisaje circundante. En su encantador estilo realista, Guzmán
plasmó en un cuadro la tierna escena de sus sobrinos frente a unas gallinas, una
de las cuales es acariciada con dulzura por su sobrina. También de esta etapa es un hermoso lienzo
representando la escena de una mujer tendiendo ropa al sol, en que se percibe
la frescura del ambiente representado, tal cual evidenciado por las sábanas que
se mueven al compás del viento. La mujer
se muestra absorta en su tarea, mientras la vida del ambiente se ve acentuada
por las gallinas que aparecen en primer plano y la vegetación al lado derecho
del cuadro.
Ángel Guzmán, “Escena Campestre” / Foto
suministrada
Explica el artista que su evolución
hacia lo que llama una figuración distinta (o neo-figuración) no fue
deliberada, sino parte de un proceso natural que se venía gestando por sus
propias fuerzas dinámicas. En la medida
en que resolvía con mayor destreza y economía de esfuerzos y trazos sus
problemas composicionales y anatómicos, fue entrando en un lenguaje cada vez
menos mimético y realista, hasta que llegó al punto en que el referente seguía
su proceso paulatinamente desintegrador, desembocando en colores y formas de un
nuevo cuño que, según Guzmán, no son propiamente abstracción, sino una manera
distinta de ver la figura y las formas. Se
reveló entonces lo que sería su lenguaje plástico; uno en el que la composición
es central, tal como lo es para cualquier pintor académico. Guzmán se considera un pintor académico que
busca ordenar las formas y los colores de manera composicional coherente y
efectiva, creando los pesos y contrapesos necesarios para el balance de la
obra. Reconoce la seriedad de propósito que lo anima al ordenar los objetos
como parte de una escena ideal. Aunque
no se considera pintor abstracto, entiende que, de calificársele como tal,
prefiere ser conocido como un “abstracto con composición”.
Ángel Guzmán, “Niños con Gallinas” / Foto suministrada
Sin embargo, sabiendo que el dibujo
es la espina dorsal de la buena pintura, Guzmán no cesa de dibujar paisajes,
figuras, y representaciones de corte realista, pues aparte de ser esa su
tradición, toma muy en serio su compromiso de no perder su línea y destreza
artística, la cual no desea ver menoscabada por su alejamiento de los
referentes tradicionales en sus lienzos.
Utiliza, además, dichas representaciones realistas logradas en finísimos
dibujos para luego, al abordar el lienzo con su pintura, descomponer la figura
y deformarla, insuflándole lo que llama su nueva figuración. En este sentido, contrasta su quehacer con el
de José Roberto Bonilla Ryan, abstraccionista que considera innato por su
capacidad intuitiva para componer con colores.
Siguiendo esta línea de pensamiento, considera que muchas veces se
agrupa dentro de los “abstractos”, de manera técnicamente incorrecta, a artistas
que realmente producen una nueva figuración que, si bien alejada del mimetismo,
no deja por eso de ser figuración. En
consideración a ello, identifica, dentro del Expresionismo Abstracto, a Willem
De Kooning como un artista figurativo que trabajó una figuración no
tradicional, y a Mark Rothko y Jackson Pollock como pintores esencialmente
abstractos.
Independientemente de qué
clasificación utilicemos para describir su obra, lo cierto es que Angel Guzmán
ha desarrollado unos códigos plásticos tan personales y únicos que no los podemos
asociar con los de ningún otro artista del patio. Comparte características y rasgos con otros
artistas locales que son, como él, calificados de pintores abstractos, pero logra
un producto pictórico claramente diferenciable y caracterizado por su
particular elegancia y sensibilidad.
Conjuga el lirismo de Hernández Cruz; el misticismo de Bonilla Ryan; la
expresividad de Rosado Del Valle; y el ansia febril y agresiva de Rivera Rosa, pero
lo hace de manera diferente y única. No
podría ser de otro modo, pues este artista considera que su pintura es él
mismo, y que no puede dejar de expresarse como lo hace, sometiendo sus
estímulos sensoriales e intelectuales a una manera de ser muy propia y singular.
Ángel Guzmán,
“El Salvador”, / Foto suministrada
“El Salvador”, / Foto suministrada
Define al artista comprometido como aquél que logra ver algo sustancial y digno de ser denunciado donde otros nada ven, descargando así su función de cronista de su época, tal como el amigo Andrés Marrero le aconsejara que actuara siempre.
Aunque contaba desde joven en su
ideario con unas ideas muy fuertes hacia lo que podríamos llamar la izquierda,
no es hasta que ingresa a la Escuela de Artes Plásticas que produce lo que
considera su primera obra de contenido social y de denuncia. Su nombre: “El Guerrillero de Paño Rojo”,
colografía que ejecutara en la clase de la Prof. Isabel Vázquez. A ésta se sucedieron otras, como el grabado
en metal “Vieques”, que presentaba a un pescador en su batalla contra la
Marina. Con los años surgió la pintura “El Salvador”, la cual presenta el cadáver
de un hombre dentro de una humilde casa, frente al cual llora desconsolada su
esposa, mientras en el exterior de la residencia familiar se divisa a miembros
del ejército de El Salvador que recién habían ultimado al hombre. Años después, la pieza “Chatarra Tóxica en
Vieques” denunció la basura tóxica dejada por la Marina de los Estados Unidos
en suelo viequense y, en época más reciente, su pintura “Los Niños Rojos de
Gaza” levanta su voz de protesta ante el genocidio en suelo palestino y lo que
entiende como la indiferencia generalizada ante tan dolorosa situación. En esta conmovedora tela surgen nuevamente
las ánimas de los niños fallecidos, como espectros impregnados de sangre y
expresando el dolor y terror de la violencia del evento.
Ángel Guzmán, “Los Niños Rojos de Gaza”, /
Foto suministrada
Las reflexiones de Ángel Guzmán que
he tenido a bien presentar ante la consideración del lector responden,
primeramente, a mi deseo de evocar ese momento estético decisivo que instauró
el arte puertorriqueño de manera irremediable en mi mundo interno, de lo cual
he derivado grandes e inconmensurables placeres. De no haber sido por el impacto de la obra de
este extraordinario pintor, no estaría doce (12) años después plasmando por
escrito estas reflexiones. Se erige, sin
embargo, como objetivo personal de central importancia, traer ante la
consideración del lector la figura de Ángel Guzmán, pues es mi vehemente deseo que
un virtuoso de la plástica como Guzmán no pase desapercibido en los anales de
la historia del arte puertorriqueño. Hace algún tiempo, ya adquirido un mayor
grado de madurez como coleccionista y amante del arte, me propuse contemplar el
arte con los ojos y el alma toda; no con mis oídos. Me cansé de discursos cargados de
invitaciones a adquirir piezas que constituyeran una buena inversión, cuando
muchos de los artistas que se me invitaba a considerar bajo dicho criterio no
resonaban en modo alguno en las honduras de mi alma. Cuando advierto, tantos años después de mi
encuentro inicial con la obra de Guzmán, que ésta no ha perdido para mí un
ápice de su impacto y belleza, y que al quedar absorto ante su ejecución plástica
lo menos que acaricia mi mente es el grado de notoriedad del artista o el
estado de su mercado, no puedo más que concluir que he tenido la dicha de
conocer un talento histórico que merece ser conocido y apreciado de manera
amplia.
Hay ocasiones en que, sin mayores
elementos de análisis, sino por pura intuición y por darnos la oportunidad de escuchar
las voces del alma, sabemos que estamos ante una figura que ha escrito un
capítulo importante en nuestro quehacer cultural. Puede que la historia oficial aún no lo haya
registrado en las letras doradas que su importancia cimera justifica, pero
dicha omisión no minimiza en modo alguno el poder, la energía, la sublime
belleza, elegancia y el derroche de emociones que produce en el alma humana un
lienzo de Ángel Guzmán.
!Enhorabuena,
amigo!
Para más información sobre la obra de Ángel Guzmán, puede visitar la Galería Aníbal Soto, ubicada en la Avenida Roosevelt, Esq. César González #353, Hato Rey, Puerto Rico, o comunicarse al (787) 281-6184.
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